La historia que habito
Crónica y narrativa de la vida de mis ancestros inmigrantes
Aquí junto a mí, en esta
madrugada del 24 de junio de 2022 están mis antepasados, aquellos que me han
hecho instrumento de un viejo mensaje inconcluso, a través de mi cuerpo, mente
y espíritu, expresan el sentir de sus tiempos, les pido me ayuden y nos
protejan en esta ruta para dejar concluida la tarea de reencontrar nuestras
huellas y que sus vidas hagan luz dentro de nuestra luz de espíritus
encarnados.
En Italia antes de todo (Tatarabuelos)
Pietro Covaro a finales de la década de 1860,
extrañamente soltero a sus 28 años, en un pueblo donde casi por regla a esa
edad estaban casados y con hijos, trabajaba la tierra de sol a sol con su padre
Andrea, quienes por generaciones habían sido agricultores, campesinos humildes
de una lejana y desconocida localidad de Italia llamada San Colombano Certènoli
que en esa época formaba parte del Reino de Cerdeña.
Pietro era robusto, de estatura media y pocas palabras,
le atraía mucho una linda muchacha que vivía en Villa Cella, no muy lejos de
San Colombano, pero era incapaz casi de mirar de frente a la hermosa Maddalena
que era 8 años menor y a sus 20 años resplandecía con sus risos dorados pero
con una timidez que lejos de ser un defecto le daba un aire de misterio.
Pietro usaba con frecuencia unos tirantes azules que
sujetaban los pantalones bombachos, siempre con las mangas arremangadas y un
sombrero de lana color marrón que le hacía gracia con el bigote grueso que
adornaba su cara. Sus manos mostraban
los cayos de un hombre que con esfuerzo producía de la tierra alimentos,
siembras de hortalizas, mantenimiento de fincas, cercas, pozos, acueductos,
carreteras, riegos, arados, construcciones. Todo loque un campesino debe hacer
para desarrollar su vida.
Maddalena bajaba con frecuencia del pueblo donde vivía a
comprar productos con su padre en San Colombano y fue en una de esas vueltas en
que conoció a Pietro.
Aquella tarde de octubre el viento arrebato el sombrero
de Pietro volándolo a los pies de Maddalena en plena calle principal frente a
la iglesia. Pietro corrió a la búsqueda de su sombrero y al llegar la hermosa
joven lo había recogido del suelo y se lo entregó en sus manos. Sus ojos verdes
azulados cautivaron a Pietro en un instante y con un murmullo agradeció a la
dama, retirándose sin mirar atrás. A pocos pasos regreso el rostro y musitó su
nombre “Yo soy Pietro”, a lo que la muchacha respondió “Maddalena, mucho gusto”
y con un gesto muy gracioso se fue caminando mientras Pietro quedó con la
mirada colgada en su figura.
Detrás de Pietro se veía el mar a los lejos, aquel mar de
Génova que vio cruzar a tantos navegantes.
Pietro y Maddalena se casaron un hermoso
día de invierno
Mientras escuchaba la canción de Karablove “frosty
morning” me transporté a esa época…
En el invierno
del 7 de febrero de 1869, se podían ver las piedras del camino cubiertas por
una fina capa de nieve fresca caída durante la noche, mientras que las bocas de
las chimeneas del pueblo exhalaban el dulce olor a leña de Acacia. Los aromas del frio invierno arropaban todo el poblado de Villa Cella,
mientras que un suave viento del mediterráneo subía a la montaña derritiendo
lentamente los tejados creando suaves notas por el caer de las gotas.
Ese
domingo, desde muy temprano, las mujeres preparaban todo para la boda pautada
para medio día en San Colombano. Mientras tomaban el desayuno una de las primas
barriendo casi le toca los pies a la novia y todas las mujeres gritaron,
“cuidado si la barres los pies no se casa” y luego algunas se rieron.
La novia
nerviosa revisaba su vestido mientras miraba por la ventana que aunque empañada
mostraba un poblado aun sin vida en la calle.
Aquel
vestido se lo había dado su madre que lo había atesorado por tantos años.
A lo
lejos una solitaria figura venía en medio del frío invernal con algo en las
manos, era Pietro que le había conseguido un ramo de flores para cuando ella entrara en el altar. Maddalena lo
vio a sus ojos y sin palabras recibió el ramo, mientras se miraban, las
lágrimas de felicidad brotaban de sus ojos, Pietro entrelazó sus dedos en el
cabello de ella y lo besó luego se dio media vuelta.
Maddalena
estaba lista para comenzar su nueva vida con Pietro pero aun sentía la
nostalgia de dejar la casa familiar donde había sido tan feliz por tantos años.
Escuchaba las voces de sus hermanos y hermanas, sentía el olor que salía de la
cocina, el crujir de los muebles y el techo por el cambio de temperatura.
Mientras afuera la nieve aun caía silenciosa y en el fondo de su ser sabía que
algo muy importante estaba por hacer y que su destino estaba por cambiar. Pero
lo que no imaginaba era que sería un cambio de vida tan grande y tan lejos…
A la una de la tarde y después de
la misa dominical, los novios dentro de la iglesia de San Colombano Certènoli
bajo un iluminado azul cielo ligures prometieron su amor por siempre ante el
público presente y el altar de Dios todo poderoso, la antigua iglesia estaba
abarrotada con la familia y amigos que habían concurrido a acompañar a la
pareja en su acto nupcial.
Las familias reunidas y los novios
enamorados festejaron con música en una fiesta con deliciosa comida y vino.
Una Italia recién unificada que
mantenía el nombre de República Romana, un contexto económico precario, un
futuro incierto, un niño que nacería al siguiente año. Una familia a punto de
desmembrarse y repartirse en el mundo.
***
Al año siguiente en 1870 nació Andrea su primer hijo que
llenó de alegría la casa de la familia Covaro Cella. Habían decidido ponerle el
nombre de Andrea en honor al abuelo paterno que se llamaba así. Las abuelitas
Teresa y Caterina le habían tejido hermosísimas ropitas al pequeño primogénito.
Era una época donde al fin estaban terminando las guerras
y la paz comenzaba a formarse aunque aún al
final del 1868 había quedado secuelas graves: económicas, sociales y de
suministros en la zona.
Antes de 1867 el hermano de Pedro, Juan Bautista, se
había ido para Argentina donde había nacido su primer hijo bautizado como
Andrés hijo de su esposa Teresa Bertuci. La familia Covaro Bertuci había
logrado conseguir trabajo en la tierra como jornalero y le enviaban cartas a
Pedro para que se fueran para Argentina.
Además en San Colombano la escasa lluvia había traído una
temporada que comenzaba a preocupar a los campesinos, al ver que los arroyos
bajaban de nivel y los estanques cada día estaban más secos.
En algunos lugares tuvieron que detener las
construcciones porque el agua era más importante para el consumo de las
personas y los animales.
Muchas familias comenzaron a movilizarse a lugares más
fértiles y otras iniciaron planes para ir a América un continente mucho más
rico que la vieja y cansada Europa, golpeada por guerras y en ese entonces por
una feroz sequía.
Continuara...